“La Cuaresma comienza el 13 de febrero,
Miércoles de Ceniza”
Mensaje del Santo Padre, Benedicto XVI para la Cuaresma 2013
“[1 de febrero, 2013. (Romereports.com)
Benedicto XVI invita a reflexionar en la próxima Cuaresma sobre
la relación entre “fe y caridad”. Al Papa le preocupa que estas dos
virtudes se presenten como opuestas.
En el texto explica que es un error
tanto reducir la caridad a “humanitarismo genérico” como “pensar que las obras
puedan sustituir a la fe”. “Para una vida espiritual sana es necesario rehuir
tanto el fideísmo como el activismo moralista”, asegura Benedicto XVI.
TEXTO COMPLETO DEL MENSAJE DEL PAPA PARA
CUARESMA:
Creer en la
caridad suscita caridad
«Hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Cuaresma, en el
marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la
relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y
el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino
de entrega a Dios y a los demás.
1.
La fe como respuesta al amor de Dios
En
mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho
vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de
la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios
nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a
ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado
primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la
respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus
caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas
nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado»
que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en
Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino
también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el
amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y
sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que
siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado»
(ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para
los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en
Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que,
para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto
desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por
la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de
Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está
abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta
actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona,
incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a
sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.
«La
fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la
firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace
tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en
la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única―
que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y
actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud
característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y
plasmado por ella» (ib., 7).
2.
La caridad como vida en la fe
Toda
la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La
primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud
una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la
fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que
llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se
contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos,
quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos
decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando
dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su
misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos
lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente
«a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).
La
fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es
«caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el
Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe
nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha
de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos
de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este
vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva
a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad
hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
3.
El lazo indisoluble entre fe y caridad
A
la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar,
o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están
íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una
«dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de
quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe,
subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas
a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado
sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando
que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es
necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.
La
existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con
Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de
éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.
En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del
Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud
caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia,
contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras
evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc
10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el
verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general
25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el
término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria.
En
cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es
precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra».
Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que
partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del
Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción
más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el
Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el
primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del
amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a
aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de
cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).
En
definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de
Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el
primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del
Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los
demás.
A
propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta
de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis
sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino
que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En
efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas
obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe
que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón
acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y
nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia
las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano,
del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios
concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos:
estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las
tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a
alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra
de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en
la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las
indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.
4.
Prioridad de la fe, primado de la caridad
Como
todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu
Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga
4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!»
(1 Co 16,22; Ap 22,20).
La
fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y
crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita
misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente
la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que
vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la
virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de
Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor
de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y
existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus
hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace
partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna
para con todo hombre (cf. Rm 5,5).
La
relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos
sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El
bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis),
pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano.
Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si
culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios
nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»),
que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co
13,13).
Queridos
hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos
a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el
amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que
viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su
mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que
encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que
invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.
Vaticano,
15 de octubre de 2012
BENEDICTUS PP. XVI ]”
Fuente: http://www.romereports.com/palio/mensaje-del-papa-para-la-cuaresma-2013-spanish-8897.html#.URAFvR3a0ZN